A lo largo del siglo XVIII y a principios del XIX hay un profundo cambio en la mentalidad de las gentes y, como consecuencia de ello, se puede decir que el mundo se transforma y entramos en lo que se ha dado en llamar Edad Contemporánea. Evidentemente, esa transformación se refleja en la literatura (por ejemplo, mediante el afán rupturista del Romanticismo, que busca la originalidad a través de la inspiración del genio creador, rompiendo las reglas del arte). En esta entrada vamos a centrarnos en una serie de hechos, acontecimientos e ideas que se fraguaron a principios del diecinueve y que imprimen su huella en la literatura notablemente, incluso extendiéndose hasta el siglo XX (¡y XXI!).
Progreso, industrialización y burguesía
En busca de la felicidad mediante el progreso, los monarcas ilustrados del XVIII favorecieron la industrialización. De esta manera, mientras contribuían al desarrollo de los estados, los dueños de las fábricas veían cómo sus bolsillos se llenaban a pasos agigantados. Así es cómo la burguesía llegó a ser respetada por la altiva aristocracia hasta tener el auténtico protagonismo social: el XIX es el siglo de la burguesía. El protagonismo de la burguesía se ve en las novelas realistas, donde a menudo también se refleja la extraña relación de interés que se da entre los burgueses y los aristócratas. Algunas lecturas interesantes en lo que se refiere a las relaciones sociales en el siglo XIX son, por ejemplo, La Regenta de Clarín, Fortunata y Jacinta de Galdós o la novela de Jane Austen Orgullo y prejuicio.
Revolución industrial y movimiento obrero
En la periferia de las ciudades, alrededor de las fábricas, van surgiendo suburbios donde habita la gente que trabaja en ellas: en la mayoría de los casos, campesinos que abandonaron el campo a cambio de un trabajo en la fábrica. Las condiciones de trabajo y de vida de estos obreros eran infrahumanas, y no tardan en surgir movimientos que pidan, primero, la dignidad de las condiciones de trabajo; más tarde, la igualdad entre todos los hombres. Así, de la mano del movimiento obrero, nacen el anarquismo y el marxismo, cuyas ideas se difunden en la segunda mitad del siglo XIX. En las obras de Charles Dickens se describe la vida en los suburbios londinenses de manera magistral.
Religión y positivismo
En el siglo XIX cobra auge un sistema filosófico llamado Positivismo, que rechaza todo conocimiento que proceda de fuentes no empíricas. La experiencia y la inducción son las únicas fuentes válidas de conocimiento científico. Esta corriente de pensamiento se opone a la tradición religiosa, pues rechaza el espiritualismo y la fe. Socialmente, comienza a surgir un desplazamiento: las certezas que antes el hombre buscaba en la religión, ahora las busca en la ciencia. La publicación en 1859 de El origen de las especies de Charles Darwin es el golpe definitivo al espiritualismo romántico y a la concepción que del hombre se tenía hasta entonces. Por poner un ejemplo de alguna de las lecturas que habéis hecho, citaremos la obra galdosiana Marianela: en esta novela, los personajes asisten asombrados a un hecho que jamás podrían imaginar, y es que el doctor Golfín consigue devolverle la vista a Pablo. La ciencia del doctor Golfín es como la encarnación de la Providencia.
Una obra actual en la que se refleja un mundo que tiende a la modernización y se relata la importancia de la ciencia en la vida de una niña muy especial es La evolución de Calpurnia Tate, de Jacqueline Kelly, ambientada en los últimos años del siglo XIX. Muy interesante lectura, no solo por eso, sino también porque en ella se pueden ver las dificultades de las mujeres de esa época para alcanzar una instrucción completa y tomar decisiones acerca de su propia vida.
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